lunes, 6 de mayo de 2013

Azúcar moreno (Parte I)

Shuggie Otis sacará un nuevo disco este mes. ¿Quién? Shuggie Otis, ¿cómo que quién?




Un flashback inexistente: década del ochenta. Norteamérica. Estamos buscando un país, sí. Más precisamente uno que se encontraba  donde ahora se erige esta montaña de cocaína que luce una banderita clavada: “Aquí alguna vez estuvo Estados Unidos”. ¿Estará debajo todavía? Asomo el oído, ya que no se me ocurre asomar ninguna otra cosa; ni por asomo. Retumba “We are the world”. Con cinco segundos me basta: sí, siguen vivos; y sí, siguen creyéndose the world. Me sumerjo: debo encontrar el castillo del príncipe Prince. Lo hallo fácilmente, en algún lugar a la sombra – pero no tanto- del reino de Wonderland, donde yace el rey M.J. Toco la puerta mientras ruego que no me atienda en medio de la producción de fotos para la tapa de su próximo disco. Trato de recordar qué me trajo hasta aquí: en la última seca de la década anterior, Prince conquistó el mundo luego de embriagarlo con su cóctel a base de soul, funk y new wave. Claro que no habría sido novedad si el brebaje no hubiese incluido su inefable talento como ingrediente secreto y  su aflautada voz como envase. El problema es que… Prince, el conquistador, abre la puerta. Casi sin darme cuenta, mi pensamiento se reanuda en voz alta y comienza a reescribir lo que la historia escrita por vencedores quiso callar: “el problema es que ese mismo continente ya había sido descubierto diez años antes, my lord”. Prince, este conquistador, este Cristóbal Colón; también fue precedido por vikingos en su hazaña. Exagera la sorpresa (¿o sorprende por lo exagerado?).  Le entrego un paquete que reza “confidencial” en letras rojas, y por cómo me mira sé que sabe que ahí están las pruebas que lo condenan.  Lo abre: intenta hacer memoria, pero no, “Inspiration Information” no es el nombre de ninguno de sus discos. Contempla la foto que ilustra la tapa con la certeza de que en algún cajón de la casa de sus padres debe haber una foto suya de hace diez años en la que está vestido de la misma manera. Hasta que se da cuenta: es él, el predecesor, el que lo descubre desde el pasado, desde 1974; el tal Shuggie Otis, cuyo nombre se le internará cual sanguijuela en los oídos. Prince quiere saber más: qué, por qué, cómo, cuándo, cuántos millones. Y, una vez en la bandeja, lo primero que Shuggie le cuenta es:


 La biografía de Shuggie es, ante todo, consecuencia de lo que la precede: su padre era nada más y nada menos que Johnny Otis, a cuya dimensión no le hace justicia ninguna mención: además de haber sido uno de los encargados de cambiarle los pañales al recién nacido monstruito de los ’50, Otis padre fue uno de los cazatalentos de mejor ojo de la época, ostentando en su cartera de hallazgos a futuros pesos pesados como Etta James. Era presumible que antes de emitir su primera palabra, el pequeño Shuggie ya estaría tocando su primer instrumento. Y así fue, ya que doce años después de su nacimiento, el viejo Otis se encontró cama adentro con su último y máximo hito como descubridor: le pintó unos mostachos falsos, le calzó unas gafas y, a escondidas de la madre, se llevó a su todavía verde fruto para que se convirtiera en el guitarrista de su banda. Y el experimento salió bien, ya que el pequeño Shuggie no se apichonó: la rareza de su corta edad quedaba relegada al plano de lo anecdótico apenas se bajaban las luces y; con los mismos dedos que de día utilizaba para hacer la tarea, se ponía a gambetear cuerdas. Al poco tiempo, desde el teléfono de la familia Otis empezarían a llover las invitaciones para que Junior saliera a jugar, como a cualquier niño de su edad. La diferencia, en su caso, era que provenían de músicos que lo querían en su banda. No obstante, la primera incursión discográfica de Shuggie como cabeza de cartel llegaría recién (¿recién?) a sus 15 años, luego de aceptar la invitación de otro que sabía de qué se trataba eso de ser un niño prodigio: Al Kooper. Para 1968, Kooper sumaba un currículum que denotaba que ninguna silla lo dejaba cómodo: venía de formar parte de la banda de Bob Dylan (¡y había sobrevivido para contarlo!); había grabado con Stephen Stills y Mike Bloomfield; había formado –y ya se había alejado de- Blood, Sweat & Tears. Aun así, ese mocoso lo había cautivado lo suficiente como para ofrecerle una fugaz sociedad que en 1969 pariría “Kooper Session” (bueno, nadie mencionó que fuera a ser 50 y 50 la cosa), un correcto disco de blues y algo más que al día de hoy lleva estampada en la frente la marca del año en el que fue editado –con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva-. 

"¡Pero si es un nene!"

De todos modos, allí Shuggie pelaba con oficio todo lo aprendido desde las inferiores y sorprendía por su capacidad camaleónica de pedirles prestados los dedos a todos los guitarristas del mundo. Es que, en primera instancia, Shuggie se mostraba capaz de convertirse en un bluesman de raza, de esos cuya producción se creía discontinuada para la época, que a su vez era un monstruo de Frankenstein que los sintetizaba a todos: así, en una misma frase, ponía a dialogar a Elmore James con Albert King como si se hubieran encontrado en una esquina inexistente. No obstante, desde ese mismo lugar de la cancha, también lograba establecer contacto con aquel otro negrito que ya estaba haciendo destrozos en Inglaterra, de apellido Hendricks o Hendrix (algo así). En términos comerciales, el álbum fue un grito de mudo; sin embargo, sus pocas copias debieron circular por las manos correctas, ya que ese mismo año Shuggie fue convocado para la selección: nada más y nada menos que Frank Zappa lo invitó a grabar. Despechadas y separadas las Mothers of Invention, el mostachón estaba en la búsqueda de sangre fresca para inyectarle a su nueva banda, todavía en formación: en este caso, a Shuggie lo esperarían las cuatro cuerdas. Una vez finalizadas las primeras sesiones, Zappa estaba tan satisfecho con la labor del todavía adolescente, que le ofreció el rol de bajista full time, el cual fue amablemente… ¡rechazado! No obstante, como si de un guiño de la historia se tratara, en las pocas horas que Shuggie compartió con Zappa, había llegado a grabar la línea de bajo de una de las mejores composiciones del siglo XX (nota de la redacción: no estamos preguntando): “Peaches en Regalia”. De todas formas, su norte ya estaba fijado: era hora de darle forma a su propia carrera solista...

No hay comentarios :

Publicar un comentario