De por qué la negra es la etnia que debería dominar el mundo.
Ya es hora de dejar de mirar hacia otro lado haciéndose el estúpido: el darwinismo social tenía razón. Las capacidades humanas son inherentes a las condiciones genéticas y, sí, están segregadas étnicamente. Por eso, precisamente, es que esta corriente cayó en desuso: porque había llegado a una conclusión. Una conclusión que no pronosticaba ninguna de las hipótesis que habían utilizado como punto de partida. Tal vez fue en los ‘60, con Hendrix; o en los ’50, con Motown; pero hay versiones que indican que las disidencias habrían comenzado ya alrededor de la década del ’30. En definitiva, nadie debía saberlo, entonces sus mentores decidieron darle mecha al asunto para que arda hasta el olvido y dividieron sus caminos. Algunos se mudaron a las vecinas oficinas de ese otro esperpento denominado sociobiología; otros sencillamente decidieron recluirse en la erudición del silencio; dicen que hay uno que hasta fue electo jefe de gobierno de una lejana ciudad. Sin embargo, hubo una filtración: ninguno contaba con que ella supiera cuál había sido esa conclusión a la que habían arribado tiempo atrás. Sí, ella, con cuya presencia no contaban, era además una agente encubierta. Y fue ella, la música, la encargada de reproducir aquella conclusión hasta el hartazgo durante el siglo XX: no hay vuelta que darle, los negros son superiores.
Ya es hora de dejar de mirar hacia otro lado haciéndose el estúpido: el darwinismo social tenía razón. Las capacidades humanas son inherentes a las condiciones genéticas y, sí, están segregadas étnicamente. Por eso, precisamente, es que esta corriente cayó en desuso: porque había llegado a una conclusión. Una conclusión que no pronosticaba ninguna de las hipótesis que habían utilizado como punto de partida. Tal vez fue en los ‘60, con Hendrix; o en los ’50, con Motown; pero hay versiones que indican que las disidencias habrían comenzado ya alrededor de la década del ’30. En definitiva, nadie debía saberlo, entonces sus mentores decidieron darle mecha al asunto para que arda hasta el olvido y dividieron sus caminos. Algunos se mudaron a las vecinas oficinas de ese otro esperpento denominado sociobiología; otros sencillamente decidieron recluirse en la erudición del silencio; dicen que hay uno que hasta fue electo jefe de gobierno de una lejana ciudad. Sin embargo, hubo una filtración: ninguno contaba con que ella supiera cuál había sido esa conclusión a la que habían arribado tiempo atrás. Sí, ella, con cuya presencia no contaban, era además una agente encubierta. Y fue ella, la música, la encargada de reproducir aquella conclusión hasta el hartazgo durante el siglo XX: no hay vuelta que darle, los negros son superiores.
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Negros: el objeto de estudio de esta investigación carente de cualquier tipo de rigurosidad científica (?) |
Entonces, ¿por qué? Si usted se
considera producto de una sociedad occidental (para bien o para mal), y
responde como tal (para bien o para mal); encontrará la respuesta en su propia
discoteca. Es cuestión de pensar al espectro musical contemporáneo -y occidental,
por supuesto- como si de una paleta cromática se tratara. ¿Qué es lo primero
que se encontraría? Los colores primarios, claro. La música, a diferencia de
los colores, es por defecto compuesta. Por lo tanto, para encontrar esos géneros
“pimarios” -o auténticos- deberíamos pensar en aquellos que se definen por
elementos técnicos (ritmos, cadencias, escalas) que, juntos, los hacen ser. Dos ejemplos son muy ilustrativos:
el reggae –y la mayor parte de la música jamaiquina- no es tal sin síncopas: no
es un juicio formulado desde la relatividad; sencillamente no es reggae, porque
técnicamente no lo es. Lo mismo
sucede con el blues, aunque en este caso es una cuestión armónica la que define
la fórmula: sin la cadencia I-IV-I-V-IV-I distribuida sobre doce compases, el
blues no existe, porque eso es el
blues. ¿Hay variaciones? Por supuesto, pero la esencia es la misma. Evidentemente,
estos géneros “primarios” no serán tres como en el caso de los colores, pero
probablemente tampoco sean muchos más. Ahora –y acá viene lo sorprendente-, una
vez hecho el racconto, se llegará a dos conclusiones: todos los géneros “primarios”
de la música contemporánea occidental, según lo contempla la industria musical
global, fueron creados en el continente americano; y, a su vez, dichos
creadores fueron afrodescendientes. Voilá.
Si con ello no fuera suficiente, cuando
el foco se pone sobre la cuestión técnica, el resto de los grupos étnicos queda
en offside por diez metros: cualquiera que haya escuchado a un morocho ejecutar
un instrumento musical con un mínimo de maestría, lo sabe. Y si ese instrumento
es la voz… ufff. No es cuestión de práctica, no: pregúntenle a Clapton, sino,
que con el doble de tiempo vivido aún necesita acompañamiento para tocar como
Robert Johnson (o intentarlo). O a los murguistas porteños, que hacen del
carnaval una de las fechas del año que más odio generan en el resto de la
comunidad; mientras que del otro lado del charco, las llamadas montevideanas
son una clase de percusión indescifrable hasta para el blanquito más ducho. Evidentemente,
tampoco se trata de velocidad, ya que es un parámetro al que en más de una
ocasión hemos visto recurrir a algún rubiecito blandengue, sin moverle un pelo
ni a una monja. Sí, es eso: eso que no es aprendible ni aprehendible –lamentablemente
para nos, los lechosos-. Mucho menos, cuantificable. Algunos le llaman “feeling”.
Es una simpática palabra para intentar ilustrarlo, pero también es una definición que busca poner la
pelota en la cancha de los blancos, ya que ellos también tienen “feeling”. Éste
es un orden superior. Y dado que el hueco téorico invita, acá, a ese “feeling” se
lo condecorará con un nombre a su altura: burundanga. Por taquicárdica, por
adictiva, por hipnótica y por ser tóxica en dosis mayores; al igual que su par
químico.
Niñito uruguayo demostrando que la burundanga no sabe de discriminación etaria
Tal vez, en algún futuro, se llegue
a la conclusión de que es la burundanga, finalmente, aquello que genera rencor
respecto a los negros en la casta albioccidental: se segrega a los atletas
afrodescendientes ya que corren rápido como respuesta de su burundanga, y no
debido a su porte atlético. Las turistas porteñas que se van en verano a Brasil
a gritar mucho y buscar un bronceado en forma de archipiélago; miran de reojo a
las morochas cuando bailan porque saben que lo hacen así sin haber tomado una sola
clase: es todo efecto de su burundanga. En definitiva, la burundanga será
públicamente reconocida como todo aquello que al blanco le duele no tener y que
sabe que le está vedado por naturaleza. O tal vez eso jamás suceda, y la
existencia de la burundanga siga siendo un secreto a medias voces. Quizá,
finalmente, todo lo vertido hasta acá haya sido solamente una mala consecuencia
de la relación entre este tema, esta versión y el botón “repeat”:
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