domingo, 8 de mayo de 2011

Patada de chancho

Porco, o la banda que quiso descubrir qué pasaba si se mezclaba hardcore con Robert Fripp y explotó.


 
Gabo Ferro está sentado con su guitarra en el living de su casa de Mataderos. Deja de tocar. Algo en su cabeza le hace... ruido. Nadie parece notarlo. Ni su Maestría en Historia ni sus numerosos títulos y premios se inmutan. Tampoco sospechan los cientos de jóvenes que lo tuvieron como profesor en la UBA ni los dos libros que editó recientemente. A los siete discos (entre solistas y co-protagónicos) que sacó a lo largo de los últimos siete años les pudo haber llegado un rumor, pero lo más probable es que ya lo hayan desmentido sistemáticamente. Ciertamente, el que jamás se enteró de nada es el premio Clarín que se adjudicó en 2006 como "Revelación Rock", sino ya hubiera hecho las valijas, indignado. Gabo se ceba un mate. El mate tampoco sospecha nada y se deja absorber. Cómo podría saber él que esa delicada voz que minutos antes ensayaba una canción que dice que "para traerte a casa, te he escrito un cuento...", hace unos años nomás, paría otras con nombres como "Ojalá la concha de tu madre se cierre". ¡Ingenuo, mate! Si supieras que esas manos que te sostienen también sostuvieron el micrófono de Porco, potencial ganadora al título de banda más deforme que tuvo este país durante la década de los noventa (y que las hubo, las hubo).

This is Porco

Definir la música que justifica la candidatura recién postulada es un desafío que, afortunadamente, le queda gigante a las palabras.  Pecar ensuciándola con etiquetas, siempre tan odiosas como necesarias, es una tarea harto dificultosa, pero... qué otra cosa pueden intentar las palabras. Se ha dicho que Porco fue una banda hardcore, limitación que hace quedar a otras del mismo rubro como el soundtrack ideal para una calesita. Esto no quiere decir que Porco sonara a una bola de ruido inaudible sobre la que un gordito que fuerza la cara de malo grita los resentimientos que acumuló durante su infancia porque no lo elegían para jugar al fútbol. Nada más alejado de la realidad: la música de Porco no es pesada, sino más bien agresiva. Gran parte de la culpa de que así sea la tiene Sergio Álvarez, el científico loco detrás de las seis cuerdas, quien ya en el primer tema del disco debut (1994), "Puto mandril" (sí, "Puto mandril"), avisa que ESA COSA de métricas inusuales y guitarras manejadas por una suerte de Robert Fripp epiléptico y gruñón jamás podría obtener un rótulo satisfactorio. Por si la incertidumbre no fuera suficiente, el segundo tema es un punk hecho y derecho en plan Flema llamado "Por tí, Evaristo". Para completar el triplete inicial de esta placa de ¡21 temas!, el ritmo del funk ¿progresivo? (etiquetas odiosas y necesarias) de "Manadas acabadas" (una vez más: sí, "Manadas acabadas") termina de no cerrar nada.

Sergio Álvarez y quien hoy es bajista de Gran Martell, Gustavo Jamardo

Pero quizá el factor desbordante para que Porco fuera lo que todo lo demás no, reside en Gabo, su entonces joven cantante y letrista (ambos roles de igual peso). Es sencillamente inverosímil que ese que hoy emociona a jóvenes sensibloides con su voz y se consagra como uno de los cantautores más brillantes de la escena porteña sea el mismo que en Porco chillaba como una nena histérica y se tiraba, abría de piernas y desnudaba sobre el escenario. No obstante, se puede encontrar un (débil) nexo entre el uno y el que vendría después en canciones como Soy mi lengua” o las geniales “Desnudos” y “Tácito” (éstas últimas pertenecientes al segundo disco de la banda). Pero tanto barullo no sería más que eso si no fuera por el otro gran aliciente que Gabo aportaba: sus letras. Es cierto: ya desde el nombre de algunas canciones se puede suponer que el contenido de las letras del primer disco es, a tono con el nombre de la banda, una chanchada. Y una chanchada nomás será para aquél que decida quedarse con la superficie escatológica, genital y pornográfica de las mismas. Pero más que por “desagradables”, las letras sorprenden por su capacidad de irritar, molestar, inquietar y hasta doler al oyente; hacen... ruido. Y es que, a modo de paralelismo con lo que sucedía en el escenario, Gabo se desnudaba y despojaba de cualquier convención social a la hora de escribir. En términos psicoanalíticos, las letras del primer Porco carecen por completo de “superyó” y le relegan al “ello” la autonomía sobre su voz, lo que da como resultado canciones-puñales urgentes capaces de atravesar al “buen gusto” más testarudo.

El Yin antes del Yang: Gabo Ferro en los años de Porco

En 1997, la banda grabó un segundo disco (“Naturaleza Muerta”) que luego el sello Ultrapop editaría sin que los músicos vieran un peso. Aquí también Gabo logra irritar, molestar e inquietar, pero sin escatologías mediante: esta vez, el cantante había volcado sobre Porco la vocación de poeta que cultivaba desde la adolescencia. Como testimonio de ello, ahí están temazos como “Una desgracia inmensa”, “Por mí” y los ya nombrados “Desnudos” y “Tácito”.  También, a modo de curiosidad, cabe destacar la presencia de un cover de "El rosario en el muro", himno de Don Cornelio y la Zona, con el mismísimo Palo Pandolfo de invitado. Sin embargo, como a todo bicho raro, a Porco no le podía quedar mucho tiempo de vida. Es así que un día de aquel año, durante un recital en el Bauen, Gabo sencillamente dejó de cantar; apoyó el micrófono sobre el escenario, como quien deposita flores sobre una tumba; y se alejó por la puerta… para no volver más. Quizá, aquel día, algo en su cabeza también le hizo ruido.

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