viernes, 6 de mayo de 2011

El sin nombre

Pez tiene nuevo disco y este espacio tiene un nuevo trabajo: desmenuzarlo.
 
Pez - Pez (2010)

Ariel Minimal parece tener problemas para llamar a las cosas. Y es que el último disco de estudio en la carrera de los incansables peces, es ya el segundo en su haber que carece de nombre que lo identifique, tal como sucedió con aquel recordado tercer álbum de 1998. No es para menos; más bien podría decirse que se torna justificable este existencialismo imperante a la hora de clasificar semejante obra: disco tras disco, Pez ha demostrado ser una banda difícil de atrapar por las redes de las etiquetas musicales.

La falta de nombre no es la única característica que este trabajo comparte con el disco anteriormente mencionado: la urgente impronta punk que habitaba sus canciones también se hace presente en gran parte de esta creación de poco más de media hora de duración. Sin embargo, en esta ocasión, el virtuoso conjunto se acerca más al power pop ATP del que ya hicieron gala en “El Porvenir”, disco que en 2009 disparó todo tipo de polémicas entre sus seguidores más férreos a causa, precisamente, de esta nueva vuelta de tuerca musical.


Por otro lado, el cantante irascible, que doce años atrás despotricaba contra todo en canciones como “Lo están tocando mal” o “El fútbol por lo menos les enciende el alma”, parece haber quedado atrás por completo: en esta placa, Minimal sorprende con las letras más optimistas, reflexivas y nostálgicas que haya registrado desde “Hoy” (2006). Ya desde “Latigazo”, primer tema (y uno de los puntos altos) del disco, media con su pasado: “Acepté todo lo absurdo de esta vida, la belleza en la balanza pudo más, y ahora elijo no ser más el dios que hostiga”. En “¡Vamos!”, el cantante y guitarrista ejercita la memoria en plan adultescente melancólico, recordando “flores secas de un viaje a Luján, escritores muertos y tu entrada de Pearl Jam”. Por su parte, el baterista Franco Salvador hace lo propio en el melómano “Cassette”, uno de los dos temas en los que presta la voz.


Otra característica que sobresale a lo largo de todo el disco es la casi nula aparición de la guitarra del ahora delgado y pelado líder. Mientras que en incursiones discográficas anteriores nos supo regalar memorables momentos, en éste prefiere relegarse a un segundo plano y dejarle el paso libre a los teclados de Leopoldo Limeres en los pasajes instrumentales. El quiebre se produce con la breve “Las escondidas”, en la cual guitarrista y tecladista, así como el resto de la banda, recuerdan por qué alguna vez fueron el referente a la hora de hablar de rock progresivo a nivel nacional, y por fin se despachan haciendo lo que mejor saben hacer: tocar. Le sigue “Estableciendo comunicación”, un tema (quizá el mejor acabado del disco) que tranquilamente podría formar parte de los lados B de “Hoy”, y que sirve de respiro ante la falta de paréntesis entre cada canción y el vertiginoso ritmo en el que éstas se desarrollan.


Si bien este segundo intento de ahondar en las aguas finamente gasificadas de la canción está, en general, más logrado que el anterior, a veces peca de ligero o hasta un poco mecánico. Quizá lo que pesa sobre la cabeza de esta obra es el enorme historial con el que debe lidiar, el cual incluye alguno de los momentos más épicos (e ignorados) que el rock nacional ha sabido dar en los últimos tiempos. Lo cierto es que, sea cual sea el camino que decida, este pez seguirá aleteando testarudamente, sin importar hacia donde intente llevarlo la corriente.

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